¿Qué es lo que le pasa?

Es una pregunta que algunas y algunos profesionales se hacen al trabajar con niñas, niños y adolescentes que han vivido violencia familiar. Las conductas violentas como una forma de resolver los conflictos e incluso, como una forma de relacionarse. Por difícil que parezca, a veces se ve como la única opción de vida, ya que eso es lo que ellas y a ellos le ha “funcionado para sobrevivir”.

El hecho de que iniciemos un acompañamiento para que las personas se recuperen de los efectos de la violencia, no significa que automáticamente van a eliminarse las conductas violentas. Por lo que no debe sorprendernos que las niñas, niños y adolescentes, incluso personas adultas, presenten este tipo de comportamientos.

Es frecuente que las personas, los elementos en el ambiente o incluso situaciones, despierten en la población atendida, recuerdos relacionados con las situaciones adversas y la mente no tiene tiempo de pensar, solo reaccionar.

¿Qué fue lo que le pasó?

La pregunta que debe hacerse las y los profesionales es, ¿Qué fue lo que le pasó? Esto no para justificar este tipo de conductas, sino para entender los problemas de su raíz y generar estrategias que más apegadas a la realidad y, por lo tanto, genere cambios sostenibles.  

El cerebro de las personas, que nacen y crecen en medios violentos, funciona diferente de quienes se encuentran en ambientes más seguros. Por ejemplo, el cortisol, conocida como la hormona del estrés, se mantiene en niveles altos de manera permanente. Lo anterior, provoca que la persona se encuentre en un estado de hipervigilancia y reaccione, de manera violenta o agresiva, a los estímulos de su alrededor, aunque estos no sean amenazas reales.

Esta hipervigilancia no es algo fortuito, sino que la experiencia les ha enseñado que es la manera de evitar ser lastimados, por lo que la conducta no desaparecerá, hasta que la experticia no les confirme lo contrario. 

Es de vital importancia que las y los profesionales tengan claro lo anterior, en primer lugar para disminuir la frustración porque los procesos no avanzan a la velocidad que tal vez esperaría y en segundo lugar para generar estrategias que les ayuden a las personas a resignificar sus experiencias adversas.

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