El paradigma de los derechos de la infancia

El próximo 20 de mayo se conmemora el 64 aniversario del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el cual tiene como objetivo promover los derechos y el bienestar de las niñas, niños y adolescentes en México. En 1946, UNICEF fue creada como una forma de responder de manera urgente ante las múltiples carencias y violaciones de derechos que vivía la infancia después de la segunda guerra mundial. 

En un país con tantas desigualdades, es importante que haya organizaciones, tanto nacionales como internacionales, que velen por la seguridad y los derechos de la infancia. En la última década, UNICEF se ha coordinado con el Estado Mexicano en la Estrategia Nacional de la Primera Infancia, apoyando en la articulación de organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, para generar acciones homogéneas a favor de niñas y niños.

Sin embargo, los retos son enormes. En su informe anual 2019, UNICEF presenta datos realmente preocupantes. El 63% de niñas y niños entre 1 y 14 años han sufrido algún tipo de violencia en el hogar; 35.6%, de entre 5 y 11 años, padecen obesidad y sobrepeso; 80% de escolares en 6° de primaria, no alcanzan los aprendizajes esperados para su nivel educativo y 49.6%, viven en situación de pobreza.

¿Cómo ayudar a superar los retos?

Las cifras que nos presenta UNICEF son una evidencia de que, a pesar de las diversas estrategias y acciones que se han tomado para garantizar el libre ejercicio de los derechos de la infancia, aún nos falta mucho por hacer. Es necesario desechar los viejos paradigmas basados en el adultocentrismo, en el que se consideraba a las niñas, niños y adolescentes como seres en desarrollo (incompleto), y a la persona adulta con el derecho a decidir por ellas y ellos sin tomarlos en cuenta.

Es importante que las organizaciones que atienden a la primera infancia actualicen sus metodologías, incorporando los entendimientos actuales sobre el desarrollo de niñas, niños y adolescentes. También, es fundamental que el personal tome como base de su práctica cotidiana un enfoque de derechos y buenos tratos.

El uso de este paradigma favorece que las niñas, niños y adolescentes, al ejercer sus derechos, alcancen su óptimo desarrollo y se garantiza su bienestar físico y emocional, siendo estos de los beneficios más importantes.

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