Durante el desayuno, mirando los noticieros, escuchaba las cifras de personas infectadas por la pandemia. Y con tristeza, el número de personas que han fallecido.
De manera breve, muestran imágenes de conciertos musicales desde los balcones de los edificios o personas realizando tocadas en la azotea para animar a los vecinos y no sentir el silencio del confinamiento. Organizaciones juveniles repartiendo ayuda alimentaria o grupos de amigos que se reúnen online. También, en las calles de Nueva York, se llevó a cabo un homenaje a los equipos médicos por su ardua labor sonando las sirenas de los carros de bomberos y patrullas.
¿Qué significan estas acciones en tiempos donde escuchamos muerte a cada minuto?
Angustia y vínculo
Las contingencias atentan contra los vínculos y favorecen las conductas de angustia y ansiedad ¿Saber que necesito vincularme, es saber que estoy vivo?
Las personas nacemos con un “impulso de vida” que permite crear nuevos conjuntos de vinculación. Quizá, algunas veces, con la intención de disolver anteriores formas de conexión.
En el artículo de Janine Puget (2000) Traumatismo social: memoria y sentido de pertenencia se concibe al hombre “con una necesidad de encontrar o inventar razones y motivos para vincularse a otro o a un espacio. De mantener un sentido de pertenecer a un contexto, a otro que también está en alguna posición como la mía”.
La autora argentina comparte la idea de que las personas intentan reducir los efectos de la angustia y la desesperanza haciendo sonar la voz o con el movimiento del cuerpo al ritmo de la música. Esto es una “necesidad de sentir-estar vinculados”.
Al pasar esta contingencia la gente narrará, desde su memoria individual o colectiva, la necesidad que hubo de cuidar de la salud y la vida. La necesidad de vincularnos a través de la ayuda. De mostrar el impulso de vida a través de la voz, el cuerpo, las sirenas. Diciendo al mundo: estamos vivos.