Como niñas y niños, es necesario el sentirnos seguros, sentirnos protegidos, necesitamos figuras de apego. Figuras que podrán servirnos de modelo a seguir, y de la misma manera modelos que nos proporcionarán normas y límites.
Pero, ¿qué ocurrirá si no contamos con este referente en nuestras vidas?
El apego nace de un simple gesto, cuando somos ese adulto sensible y disponible, de nada nos servirá ser un adulto que los señala, los regaña, o que se encuentra recriminando a cada rato sus acciones, esto, no será sano para su desarrollo.
Debemos de recordar que cada uno de nosotras y nosotros, actuamos, pensamos y sentimos de la manera en la que nos ha enseñado aquellas figuras que hemos tenido de referencia, principalmente nuestros padres, madres y cuidadores durante los primeros años de vida.
Por tanto, nuestro entorno más estrecho será el que activa o desactiva respuestas emocionales ya sean curativas o dañinas. La relación entre el apego y la salud mental van de la mano, ésta nos permitirá adquirir ciertas destrezas que nos ayudarán en un futuro, al pasar a la edad adulta.
Ser un adulto sensible y disponible
Las figuras de apego que ante una situación complicada para el niño, adoptan una postura que transmite empatía para afrontar las dificultades, proyectan una forma positiva y tranquila de regulación de las emociones, evitando que ese problema se haga más grande.
Por el contrario, aquellas figuras de apego que ante las adversidades no transmiten sensibilidad ni disponibilidad, sino que proyectan más angustia o enojo, no están ofreciendo una salida a los niños y niñas, estos reaccionarán en un futuro igual o quizás peor.
Si queremos encontrar la explicación de determinados comportamientos en adultos, quizás deberíamos mirar atrás y ver cómo ha transcurrido su vida, su niñez y desarrollo, seguro que es ahí donde encontramos muchas respuestas.