En el segundo piso del edificio donde vivo, radica una asociación local integrada por invidentes, la cual tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de sus integrantes. Cuando conocí la asociación noté que muchas personas participaban y comenzó a llamar mi atención lo que pasaba en torno a ellas.
Por un lado, ha sido grato identificar que las personas invidentes, a través de este tipo de actividades, están en una postura más allá de lo asistencial tomando participación activa en la sociedad.
Es evidente que, pese a algunos esfuerzos para que la infraestructura de las ciudades sea incluyente, se requiere de más, no solo a nivel urbano, sino a través de una cultura que permita a las personas con discapacidad acceder a todos los servicios y disfrutar de todos los derechos.
Asociaciones como esta abonan mucho en este trabajo, además de ser un espacio donde las personas invidentes forman una comunidad donde comparten experiencias culturales y recreativas, permiten que se ganen otros espacios públicos y por consecuencia exista un nivel de empoderamiento diferente.
La presencia de esta asociación en el edificio, desconozco si de manera deliverada o fortuitamente, ha provocado que las y los vecinos desarrollen una óptica distinta hacia ellas, ya que pueden notar cómo son autosuficientes, siempre y cuando contribuyamos a que tengan un desenvolvimiento seguro.
Sobre este último punto, me gustaría compartir una experiencia que considero podría contribuir con la idea de que la inclusión se vuelve sostenible no solo a través de la obligación del Estado, sino a través de la participación ciudadana.
Una familia vecina, con una niña de unos 8 o 9 años, estaba llegando al edificio, cuando personas de la asociación estaban subiendo bolsas con donativos por las escaleras. Al notar la actividad, la mamá se acercó ofreciendo ayuda, acción que fue agradecida y recibida. En ese momento, sin que la mamá diera una instrucción, la niña se acercó, tomó algunas bolsas y con una gran sonrisa ayudó a subirlas al segundo piso. Cuando terminaron, la niña volteo a ver a la mamá con la misma sonrisa y la mamá respondió con un gesto de satisfacción y se dirigieron a su hogar.
Una gran lección por parte de esta bella familia: la comunidad la hacemos todas y todos.