Desarrollo cerebral y buenos tratos (parte 1)

La crianza en una de las experiencias humanas más antiguas y poco reconocidas en las sociedades modernas.

Al ser madres y padres hay un esfuerzo social en la responsabilidad de proveer a las niñas y niños de las cosas materiales que requieren. Las madres y padres dicen… “no quiero que nada les falte” o “no quiero que sufran lo mismo que yo sufrí”.

En los años 1920 – 1950 en Europa, posteriormente en América, aparece movimiento de la crianza positiva que reconoce y valora el acto de la crianza y el impacto que tiene, no solo en el desarrollo infantil, sino en el crecimiento económico en los países, la disminución de la violencia en las comunidades, el desempeño productivo empresarial, el rendimiento escolar, así como, la estructura y funcionamiento cerebral.

Las neurociencias del desarrollo temprano dicen que en los mil primeros días en la vida de un bebé se adquiere las capacidades y competencias necesarias que necesitaran para el resto de su vida (lenguaje, funciones cognitivas superiores, motricidad, etc.) que alcanzan entre el 75 y 80 por ciento del tamaño total en la etapa adulta.

A la edad de los cinco años, el cerebro alcanzará casi el 90 por ciento del tamaño y las funciones necesarias que los prepararan para las actividades escolares, los vínculos con su grupo de pares y familia, así como la vida laboral adulta. Solo el 10 por ciento del desarrollo cerebral se consolidará antes de los 30 años de edad (corteza prefrontal).

Todo comienza con cosas sencillas

Cuando una madre, padre o cuidador emocionalmente significativo interactúan en el momento de la comida, baño o jugando con las y los niños, se construyen 1 millón de conexiones neuronales por segundo, según el Centro de Desarrollo Infantil de la Universidad de Harvard. Esto quiere decir que es el momento de la vida humana con mayor actividad neuronal, donde el cerebro infantil se encuentra en una ventana de oportunidad a los estímulos externos que ayudan a fortalecer el aprendizaje, las relaciones y las habilidades emocionales necesarias.

El cerebro en los primeros años es sensible a las experiencias que se le ofrecen, por ejemplo, al jugar al famoso juego “¿dónde está bebé?” o al ir por la calle o al supermercado y jugamos al “veo… veo” construimos momentos íntimos, algo que los teóricos llaman intersubjetividad (Thervaten, 1980). Estas experiencias fomentan procesos mentales y emocionales entre la díada cuidadora-niña/niño, necesarios para la adquisición del proceso comunicacional, que incentivan las estructuras superiores neuronales (corteza prefrontal) del lenguaje, activen su función e inicien los procesos regulatorios emocionales.  

Mientras las y los cuidadores tenga contacto físico y experiencias emocionales con sus hijas e hijos, querrán estar más cercanos, influenciados por hormonas que favorecen las interacciones positivas como la oxitocina, que es la responsable de las relaciones sociales y amorosas (Tronik, 1998).

Hablarles a las niñas y niños, jugar con ellos, tener experiencias corporales seguras son cosas sencillas que permiten construir competencias más complejas que ayudan en la adultez a ser responsable, productivo, cariño y cuidador con sus próximas generaciones. Es por ello que fomentar este tipo de experiencias asegura comunidades más seguras y dignas para todas y todos.  

Bibliografía

Martínez, M. (2011). Intersubjetividad y teoría de la mente. https://www.aacademica.org/mauricio.martinez/2.pdf

Center on the developing Child. (2020). Estrés tóxico y resiliencia. https://developingchild.harvard.edu/translation/estres-toxico-y-resiliencia/

Netflix. (2020). Bebés. Amor. https://www.youtube.com/watch?v=YOv5jDFtvsI&t=304s

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